Cuando las etiquetas de tu armario tiene la misma talla que tu cuerpo necesita, los pantalones se ajustan bien a tus huesos, a tu cintura, a tus muslos. A ti.
El problema es cuando engordas, y engordas sin darte cuenta, y de repente has engordado tanto que tienes una talla más. Vienes de estar muy delgada, o simplemente delgada a secas. Ocurre, sin mucho sentido. En solo un par de meses te das cuenta de que vestirse se ha vuelto difícil. Tu armario está lleno de la talla que llevaste los últimos tres años.
Entonces claro, qué mal se pasa.
Es un hecho: los cuerpos cambian, y tú tienes que asumirlo. Me pregunto, ¿de verdad este es mi cuerpo? Quiero aceptar este cuerpo y quiero volver a mi otro cuerpo, ¿puedo volver a ese cuerpo anterior? Y si no vuelvo, ¿tengo ahora mismo en la cuenta bancaria la capacidad económica de permitirme estar cómoda en unos pantalones nuevos?
Probablemente no.
Ahí es donde empieza el problema.
Ya no te pones ese pantalón de buena calidad que compraste en las rebajas de un outlet de una marca algo cara para tu bolsillo. Buscando pantalones te acabas estresando tanto que coges lo primero que te sube de los muslos, se ajusta más o menos a la cadera y te miras el espejo viéndote terrible. Me ha pasado estando más delgada y estando más gorda, porque el problema no es lo que ocupas, sino lo bien (o mal) ocupas la ropa que te has comprado en los últimos cinco años.
Me acuerdo de cuando adelgacé casi 7 kilos en un mes. No sabía que estaba deprimida hasta que vi la báscula. Soy una persona que no ha tenido nunca cinturones, por lo que empecé a atarme los pantalones con cordones de zapatos, como los skaters que me gustaban a los 14 años. Escogía blusas largas para que me taparan esa parte del pantalón donde había una arruga y un pliegue de apretar mucho mi trozo de tela acabado en herretes.
Tras unos meses así, volví a estar sana, cogí un par de kilos, me puse a hacer deporte y mi armario era útil otra vez. Los vaqueros dejaron de caerme, y no necesité comprarme ningún complemento nuevo.
Ahora me pasa que he engordado como nunca lo había hecho en mi vida, sigo siendo una chica muy normativa, pero tengo el problema de los pantalones. En vez de hacer una arruga, pues me aprietan y me incomodan y cuando la comodidad está entre los obstáculos acabas cediendo a esas otras piezas de ropa de tu armario: chándales, pantalones con elástico, de pinzas, etc. Tienes menos cantidades de ese tipo de prenda, y en el día a día acabas usando esos pantalones viejos que sí que son una talla 38 y puedes ir cómoda. Están tan viejos que cuando te miras al espejo piensas que la gente que te ve por la calle estará diciendo: “esa chica no se cuida nada, qué poco arreglada va siempre”. Joder, es que yo no tenía que usar esta cosa llena de bolas imposibles de quitar con la cuchilla.
No es que no me guste ir arreglada, solo que mi ropa ancha no es de buena calidad. Cuando tenía un trabajo fijo y un culo que parecía no querer ser más grande, me compré la mitad de la tienda de Bimba y Lola.
Acabo de meter todo en cajas porque es innecesario tenerlo a la vista y ser consciente de que no te lo vas a poner ni un solo día. Berni me ayudó a asumir cuáles tenían que ir a la maleta del mes de junio y cuáles a la caja de cartón del mes de septiembre, con suerte. No quiero bajar de peso para verme más fina, que también. Quiero reducir mi existencia para aumentar la variedad de mis outfits, ¡qué yo solo quiero ser una moderna!